El departamento del Expreso entre Buenos Aires y Córdoba sólo llevaba un pasajero: un hombre delgado, con barba cerrada, traje negro, sombrero, lentes, y una nariz ganchuda.Apostando dinero, la opción de adivinar que era un judío era la apuesta ganadora. Un "ruso", en argot rioplatense.
Tras ponerse en marcha el tren en la Estación de Retiro, en Buenos Aires, no tardó ni dos minutos en entrar en el compartimento que ocupaba el "ruso" un ejemplar inconfundible de argentino medio en traje de viajero. Aparte de sus dos maletas, llevaba el hombre una colección de bolsas repletas de comida y bebida. Como para dar de comer a un centenar de hambrientos. Y muy hambrientos.
Transcurrieron las tres primeras horas con el ruso en la misma postura, sin mover un músculo salvo los párpados y el cuello cuando algo que merecía la pena se veía desde el tren.
En cambio el pasajero portador de las reservas alimenticias para saciar el hambre de todo el vagón del Expreso, leyó un par de periódicos de cabo a rabo, miró el paisaje un buen rato y dio buena cuenta de un par de cervezas. Nada extraño.
Llegó la hora en la que la gente tiene la costumbre de comer, y ambos compañeros de departamento se dispusieron a cumplir con el trámite. El argentino prototípico preparó una buena parcela de departamento en la que colocó media docena de tupperwares en los que había desde ravioles,ñoquis, queso, chorizo criollo, aceitunas, papas fritas y como no podia faltar, las milanesas de rigor. Con sus correspondientes cervezas para alegrar sus manjares y una botella de litro de vino con su sacacorchos y vaso de cristal. No trajo las servilletas bordadas del ajuar doméstico por miedo a perderlas.
Por su parte, el ruso, sin mover demasiados músculos, sacó discretamente del bolsillo interior de su saco una bolsita de plástico con cierre hermético en la que había una sardina de unos doce centímetros de larga.
Tras los deseos mutuos de buen provecho, el argentino típico comía poco a poco de los tuppers, alternativamente, sin prisa pero sin pausa. El ruso, una vez que terminó con la escasa carne de la sardina, comenzó a chupar la raspa. Tranquilamente, contemplándola. Saboreándola. Con la expresión del pobre que está degustando una langosta, vamos a imaginar.
El argentino típico a la vez que comía no le quitaba el ojo de encima al ruso, el cual seguía disfrutando al parecer de un extraño manjar. Tras un rato en el que el argetino típico deglutía más lentamente, éste hizo una pausa y se dirigió al ruso de esta manera:
-Disculpe, señor. ¿Le puedo hacer una pregunta?
-Sí. No faltaba más. Dígame- respondió el ruso-
- ¿Le gusta mucho? - señalando a la raspa de la sardina
-Oh, sí caballero. Es una de mis comidas favoritas. Respondió con entusiasmo el ruso.
Tras unos instantes en los que el argentino típico se quedó mirando al ruso y a su raspa, la pregunta surgió automática.
-¿Le puedo hacer una proposición, caballero?
-Usted dirá, señor. Respondió el ruso
-Mire, señor. Llevo mirando cómo rechupetea Usted la raspa de la sardina y me gustaría probar a qué sabe.
-Verá, caballero. La raspa de la sardina es la parte más importante de este pescado, donde se concentra todo el fósforo del animal. Mineral, el fósforo, que desarrolla la inteligencia. Las propiedades que tiene son muchas. No le quiero aburrir...
-Le propongo un cambio, señor. Dijo el ciudadano argentino típico. -Usted puede comer lo que quiera de lo que he traído y, en compnsación, usted me deja la raspa.
Dicho y hecho. El ruso se puso manos a la obra, y nunca mejor expresada la estampa, pues comía a cuatro manos, picando de todos los tuppers, los quesos, las cervezas, las milanesas , el pan y todo lo demás.
El argentino típico, tras rechupetear con verdaderas ganas la raspa , de arriba abajo y de izquierda derecha, sin quitarle la vista de encima al ruso glotón, sacó la raspa de la boca y le dijo al ruso:
-Ché, vos. ¿No me estarás cargando? ¿No?
A lo que el ruso, sin dejar de masticar, respondió:
-¿Viste? ¿Viste cómo desarrollaba la inteligencia?
Realmente, lo hacía.
"Cargar" en Argentina, es tomar el pelo a alguien. (Nota del autor)